Hasta hace unos cincuenta años, los campesinos observaban los movimientos de la Luna y de las estrellas antes de realizar las labores del campo o de ocuparse del ganado. Estas observaciones se resumían en una serie de normas que, transmitidas de generación en generación, permitían conocer los días mas favorables para las múltiples actividades ligadas a la tierra: la siembra y la recolección de frutas y verduras; la vendimia y el embotellado del vino; la labranza y el abonado del terreno, el acoplamiento de los animales, la tala de la leña; etc.
La sucesión de las fases lunares establecía el ritmo de las labores del campo, propiciadas unas veces por la luna creciente y otras por la menguante.
LA LUNA Y EL HUERTO
CON LUNA NUEVA O CRECIENTE:
Dado que la luna creciente favorece el desarrollo de las hojas, en esta fase suelen llevarse a cabo la mayoría de las labores de siembra. Las hortalizas tempranas pueden beneficiarse de un crecimiento más rápido (lechuga), al igual que pasa con algunas pequeñas plantas trepadoras, como las de alubias, y también con otras de crecimiento lento (zanahoria, perejil, etc) que verán así aumentada su resistencia ante posibles ataques de parásitos. Por lo general, conviene cosechar cuando haya luna creciente las hortalizas que se consumen frescas.
CON LUNA LLENA O MENGUANTE:
No muchas especies de nuestra horticultura agradecen que se las siembre en esta fase lunar. Conviene sembrar las cebollas en este periodo con el fin de que los influjos se concentren en las partes bajas y para evitar que el bulbo adquiera mal sabor y que la planta dé semillas prematuramente. La producción de habas, lentejas y guisantes se acrecienta si su siembra se realiza cuatro o cinco días antes del plenilunio (luna llena). Todas las verduras destinadas a larga conservación se recogen con luna menguante (en particular, los tomates para conserva se recolectan unos cuantos días después de la luna llena, ya que de otro modo la salsa queda demasiado acuosa y no se conserva bien). También los ajos, las cebollas y las patatas deben cosecharse con luna menguante; asimismo, recordemos que la tradición aconseja exponer al rocío los ajos y las cebollas en la noche de San Juan (del 23 al 24 de junio) para alargar al máximo la conservación de los bulbos.
LA LUNA Y LOS ÁRBOLES FRUTALES
CON LUNA NUEVA O CRECIENTE:
El almendro está especialmente predispuesto a estas fases lunares; tanto es así, que sus flores se abren durante el primer cuarto de la luna. Además, en este momento se tienen que plantar también los albaricoqueros y los ciruelos, que agradecen, asimismo, que en estas mismas fases se les pode, injerte y que de la misma forma se les eliminen las hojas sobrantes.
CON LUNA LLENA O MENGUANTE:
En este periodo, la savia afluye menos al interior de la planta y conviene, por tanto, podar los frutales, sobre todo si estos son vigorosos. Para los injertos, que no dejan de ser heridas que se hacen a la planta, el método es el mismo que el de las podas. Para fructificar bien, el cerezo necesita plenilunio (luna llena), pero que venga seguido de temperaturas suaves y clima seco y ventoso. En ese mismo periodo, albaricoques y ciruelas alcanzan su pleno desarrollo y su contenido en azúcar es máximo. Las nueces y las avellanas se resienten cuando incide sobre ellas un claro de luna demasiado intenso, que puede llegar a secarles las hojas, en tanto que soportan mejor la luz de la luna menguante. Conviene recolectar estos frutos secos en la última fase señalada, ya que entonces se conservarán más tiempo. En particular, la siembra y propagación de las avellanas debe hacerse en esta fase y solo dos o tres días antes de la luna nueva.
El melocotón es particularmente sensible a los rayos lunares, los cuales influyen de manera relevante en el aspecto aterciopelado de su piel y en la fragancia de su pulpa.
Las aceitunas cosechadas en los dos o tres días que siguen al plenilunio (luna llena) tienen más sabor y mayor riqueza en aceite.